MAL. Maldad
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   La existencia del mal ha sido siempre un misterio, del cual se ha hecho eco la Escritura Sagrada. El hombre se pregunta con frecuencia por qué se sufre, so­bre todo al encontrarse con los hechos naturales del dolor de inocentes, de la muerte, del triunfo de los malvados, de la incapacidad de los débiles, de los pobres y de los marginados para superar su amarga situación en la existencia.

   Los niños no se lo preguntan, pues ante el dolor quedan desconcertados. Pero los adolescentes y jóvenes, al igual que muchos adultos, se interrogan por ello. Es preciso ofrecerles respuestas o pistas para que ellos mismos se las construyan con sentido cristiano.
   Y es misión del catequista y del educador de la fe hacer compatible en sus mentes la realidad del mal físico o moral con la Providencia, con la bondad divina, con la libertad humana, con el orden creacional del universo.

   1. Respuestas cristianas

   La Iglesia siempre reconoce la palabra divina como criterio prioritario: "Tú amas todo cuanto existe y nada aborreces de cuanto has hecho" (Sab. 11. 25) Y cuando se trata de problemas difíciles, como es el de la existencia del mal, a la Escritura hay que acudir con preferencia.
   En la Palabra de Dios se multiplican las expresiones sobre el amor de Dios a las criaturas y la presencia continua del Creador en medio del universo, incluso en los momentos de dolor y muerte, como quien deja que las cosas sigan su camino. El cristiano sabe ver el bien, ante que el mal y recuerda: "Frente al mal está el bien, frente a la muerte está la vida, frente al bueno está el pecador: en todo hay que saber contemplar las cosas del Altísimo, una frente a otra".  (Ecclo. 33.14)  El dar explicaciones satisfactorias ha sido la tarea perpetua de los filósofos, pero sólo los que han mirado a Dios han podido encontrar respuestas clarificadoras.

 

   2. El mal como misterio

   Existe algo en nuestra vida que nos desconcierta, en relación con el mal y con las malas inclinaciones que nos acechan. San Pablo lo expresa así: "La Ley de Dios es espiritual. Sin embargo, yo me siento esclavo vendido al pecado. No acabo de entender lo que me pasa, pues muchas veces no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero". (Rom. 7. 15)
   Con ello, tal vez citaba los versos del poeta roma­no Ovidio:
"Video meliora, proboque;
Deteriora sequor."
    "Veo cosas buenas y las aprecio; sin embargo sigo caminos malos."

   Bueno es también dejar claro que la existencia del mal no debe acobardar al creyente. Quien desea y busca una respuesta suficiente, cuando se enfrenta con sus consecuencias, y no la halla, no se desconcierta si tiene confianza en Dios. El cristiano tiene respuestas y no sólo interrogantes. El simple filósofo se plantea interrogantes, pero no siempre halla respuestas. El uno se rige por la razón. El otro por la fe y el amor de Dios.
   El amor de Dios a las criaturas es indiscutible. A la luz de la Palabra divina es innegable que no las deja vencidas por el mal. El amor divino a los seres es amor de complacencia, pues Dios ama a las criaturas por participar en su perfección. Ellas reflejan el amor de Dios, que también los es de benevolencia.
   A la razón resulta inexplicable que, si las ama, no las proteja contra el mal y contra el último de los males, que es su destrucción: muerte para los seres vivos, aniquilación para los no vivos. Pero, a la luz de la fe, para quien acepta los planes divinos y para quien es consciente de que Dios es suficientemente sabio y bueno para sacar bienes de los males, la solución a sus interrogantes no es paradoja insoluble.
   Especialmente significativo es el problema del mal cuando se trata del hombre. Y, sin embargo, el dolor, la injusticia, la soledad, la enfermedad, el fracaso, incluso la muerte, tienen explicación. A los ojos de la fe no es difícil ver a Dios en medio de ellos con sus planes de amor.
   Y tenemos que reconocer, incluso cuando el peso del dolor físico o moral oprime, que Dios nos ha amado primero: "En eso está la caridad, no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que El nos amó primero". (1 Jn. 4. 10)

   3. Tipos de males

   En nuestra vida encontramos diversos tipos de males que nos llenan de dolor y tratamos de explicar por qué son tan diversos y condicionantes de nuestro camino. Y son diversos tipos los males que he­mos de padecer y explicar:
     - El mal cósmico y físico, que se manifiesta por los cataclismos, terremotos, trastornos naturales, etc.
     - El mal biológico, que se nos presenta de manera lacerante en nuestro cuerpo con las enfermedades y la muerte. 
     - El mal psicológico que con frecuencia nos acecha: sufrimientos, tristezas, fraca­sos, angustias, etc.
     - El mal social y compartido, como son las desavenencias, las guerras, las violencias, las injusticias.
     - También el mal moral y el vicio, que muchas veces resulta invencible por la debilidad humana. Voluntario o no, siempre es una herida ética a la conciencia.
     - Y sobre todo el mal espiritual, al cual llamamos pecado y que es l que destruye nuestra amistad con Dios. Es el desorden en relación a la Ley divina y a los planes amorosos de Dios, es el que más perturba los planes del Creador.

   4. Explicación del mal

   En las etapas preadolescentes y juveniles la existencia del mal desconcierta; y cuando el mal afecta a la propia vida, cuando se vive y experimenta en sí mismo, destroza muchos sentimientos religiosos y las creencias adquiridas.
   Por eso debe el catequista reflexionar, adaptarse y, con esmerada preparación, facilitar en lo posible, caminos que iluminen la vida. Debe saber adaptar y graduar las enseñanzas sobre la libertad y sobre los planes divinos para la vida de los hombres.
   La fortaleza cristiana ante el mal no se improvisa. Es fruto de hábitos de reflexión e incluso de plegaria. Sólo cuando se poseen, se halla la personalidad y la con­ciencia dispuestas a enfrentarse con las amarguras y las dificultades.

   4.1. Explicaciones diferentes

   Pero también hay que saber diferenciar lo que es el simple mal físico, el que responde a las leyes naturales, y lo que es el mal moral, el más humano.

   4.1.1. El mal físico.

   Es frecuente: los trastornos naturales, el dolor, la enfermedad, la muerte. Ese mal no lo quiere Dios sin más, como si los seres fueran piezas amorfas de un gigantesco rompecabezas con el cual el Ser Supremo juega. La Escritura lo dice: "Dios no hizo la muerte ni se goza en que perezcan los vivientes. Pues Él creó todas las cosas para la existencia" (Sab. 1.13).
   Dios permite el mal físico, tanto el que procede de causas naturales como el artificial que procede del mismo hombre. Unas veces se explica por las mismas leyes físicas o biológicas, que rompen las previ­siones o los deseos humanos, cuando se formulan sin recordar que las criaturas son contingentes.
   Pero en ocasiones el mal físico acontece contra las mismas leyes de la vida: el accidente, el atentado, el error culpable, la maldad manifiesta. También en estos casos el mal físico es tolerado por Dios y hay que saber hallar su mano misteriosa en su toleran­cia.

   4.1.2. El mal moral

   El vicio, el pecado, es más difícil de explicar, por ser directamente opuesto a la voluntad divina. Tales son la crueldad, el abuso del débil, la injusticia, los actos maliciosos que se dan entre los hombres. En cuanto desórdenes morales son contrarios a la bondad de Dios y de ninguna manera son queridos por El.
   Cuan­do los observamos y deploramos, y sobre todo cuando los experimentamos, nos preguntamos por qué Dios los permite o, al menos, por qué no castiga a sus promoto­res.
   Pero Dios deja que los pecadores gocen del fruto de su libertad y que los justos sufran como víctimas por ello.
   El Concilio de Trento condenó como herética la doctrina de Calvino que atribuía todo tipo de mal a Dios, Ser Supremo y causa última de todo lo que acontece. Venía a decir que Dios quería y era el último autor de todo hecho en el mundo, incluso del acto malo tanto físico como moral, aunque fuera misteriosa su actuación. (Denz. 186).
   Esa tesis es directamente contraria a la bondad divina y al mensaje revelado: "Tú no eres, por cierto, un Dios a quien le plazca la maldad" (Sal. 5. 5)

 4.2. La libertad en el fondo

   La explicación tradicional que la Teología cristiana ha propuesto se basa en la tolerancia del mal por parte de Dios: del físico, en cuanto es efecto de la naturaleza cuyas leyes la inteligencia debe conocer para poder dominar; del moral, en virtud de la libertad que ha dado a sus criaturas inteligentes, y con las cuales concurre, pero que de ninguna manera consiente como protagonista.
   Dios permite el dolor y el pecado; pero no se goza en el primero y aborrece el segundo. Quiere que el hombre aprenda a veces por medio del primero. Y quiere que deje de abusar y ejecutar el segundo.
   Lo más repetido en la Escritura es que rechaza el pecado, pero quiere la salvación del pecador. (Eccli. 15. 14 y ss).

 

   

 

 

 

 

   5. Catequesis sobre el mal

   La explicación del mal no puede limitarse a una simple recomendación de la resignación fatalista ante su existencia. Tampoco son suficientes las justificaciones teóricas que a veces se perfilan con argumentos racionales. No basta teorizar sobre el mal. Hay que explicarlo.
   En cuanto a esta dimensión, es buen procedimiento acudir a los textos bíblicos para mostrar lo que se debe pensar sobre el mal en clave cristiana.

   5.1. En el Antiguo Testamento

   En el Antiguo Testamento ya aparece el rechazo divino del mal: casti­go del pecado de Adán (Gn. 3. 1-23), rechazo de la maldad humana cuando el diluvio (Gn. 6. 5), destruc­ción de los pecadores de Sodoma y Gomorra (Gn. 19. 1-29).
   El Señor de­cía a Caín: "¿No es cierto que si obraras bien, llevarías alta la cabeza, pero que si obras mal, el pecado ace­cha a tu puerta? Y tu puedes dominarlo." (Gn. 4.7)

   5.2. En el Nuevo Testamento

   Es en el Nuevo Testamento donde más se insiste en la voluntad divina de dejar libertad a los malvados, aunque un día habrán de dar cuenta de sus actos.
   Claros avisos aparecen en las parábolas que recuerdan el rechazo divino del mal: Lázaro el pobre y el rico (Lc. 16. 19-31), la cizaña (Mt. 13. 24-30), el juicio final (Mt. 25. 31-46).

   5.3. La reflexión.

   La catequesis sobre el mal debe resaltar ante los catequizandos diversos aspectos.
   - Que Dios tiene compasión de los malva­dos aunque aborrece el mal: "Tú tienes compasión de todos y pasas por alto los pecados de los hombres." (Sab 11.23)
  - Que Dios tolera el mal muchas veces por sus planes amorosos para el hombre o para un pueblo, como en el caso de Israel. Lo decía José a sus hermanos que le habían vendido: "Vosotros creíais hacerme mal, pero Dios ha hecho de ello un bien para nosotros." (Gen 50. 20).
  - Que el mal no rompe el plan divino, pues el bien es más fuerte. Dios aborre­ce el mal, pero da al malvado oportunidades de arrepentirse. "Tú amas todo cuanto existe y nada aborreces de cuanto has hecho; si algo de ello hubieras odiado, no lo habrías hecho" (Sab. 11. 25)
 
   6. Optica humana ante el mal

   Es muy diversa según el modo de ser de las personas y de su sensibilidad ética que se ha cultivado ante los hechos de la vida. Siempre debe entrar en juego la razón serena, que se pone a igual distan­cia de la ingenua postura de quien elude explicaciones y de quien todo pretende justificarlo.
   Pero debemos recordar que del modo de explicar los hechos, depende la vida.

   6.1. Exégesis racionalista del mal

   Hay posturas pesimistas que reflejan una visión negativa de la vida, de los hombres y hasta de la naturaleza. Todo es malo y el mundo ha caído bajo los poderes del maligno, que son irremediables. El hombre ha nacido para sufrir.
   Hay posturas totalmente opuestas de quienes se refugian en un misticismo teológico exagerado e ingenuo. Piensan que Dios todo lo hace bien y lo que llama­mos males son bienes en realidad, pues son queridos o tolerados por Dios.
   Hay posturas próximas a un solapado dualismo maniqueo: los bienes son superiores a los males en la vida, por eso Dios quiere unos y tolera otros.
   Existen realistas depresivos que aceptan el mal con alardes estoicos y fatalistas.
   Y hay hedonistas evasivos que aceptan el mal para refugiarse en compensaciones existenciales que hagan tolerable sus efectos en la vida.

  6.2. La óptica cristiana

   Difícilmente son compatibles con el mensaje cristiano cualquiera de estas posturas.
  El mensaje revelado sobre el mal es claro en lo que se refiere a su origen, en relación al triunfo final del bien, en sus mismas manifestaciones en la naturaleza. Tiene que ver con el misterioso pecado original que perturbó la creación bondadosa.
   Al margen de las diversas actitudes exegéticas ante el pecado original, el mensaje cristiano habla de un desorden inicial que perturbó el plan inicial de Dios y fue la causa de que Dios prometiera un Salvador.
   El mal moral arranca de ese desorden y el mal físico también tiene algo que ver con su existencia. Pero no triunfan ni uno ni otro, por la esperanza de salvación.
   Se acep­ta la existencia de males físicos y morales, pero se considera al hombre llamado a superarlos por la gracia que trae ese Salvador y por la inteligencia misma que él debe poner en juego.
   En la doctrina cristiana, la existencia del mal representa un desafío más que una fatalidad, un hecho superable más que un bache irremediable. La solución redentora descansará en Jesús Salvador, pero el hombre habrá de poner su parte.
  - Los males naturales, físicos, biológicos, tienen que se ser dominados y vencidos por el hombre. Ante ellos hay que buscar soluciones que alienten la esperanza. Es un deber vencer el dolor, la desgracia y los desórdenes naturales.
   Dios ha puesto al hombre en el Paraíso "para que lo cultive y lo perfeccione" y su tarea es construir un mundo mejor. Esa construcción supone vocación humana y solidaridad. Así se logra un mundo más sano, más limpio, más conocido y dominado en sus leyes y fuerzas.
   Los males morales y espirituales, los que llamamos pecados, provienen del desorden original que ha debilitado la bondad natural del hombre, pero también de la libertad humana. Por eso hay envidia y egoísmo, venganza y violencia, hedonismo y fragilidad, soberbia y ambición.
   Los cristianos saben que tienen que luchar contra sus inclinaciones desordenadas y que, con la gracia divina, pueden vencer. Si pecan, deben pedir perdón a Dios, quien siempre se halla dispuesto a perdonar.
   El mensaje cristiano es una proclamación de la libertad del hombre. Ni ante el mal físico ni ante el moral acepta que las fuerzas ciegas del instinto y de la naturaleza se hallen por encima de su inteligencia y de su libertad; los seguidores de Cristo tienen la responsabilidad de luchar en favor del bien.
   Precisamente, a la luz del Evangelio, entienden el Reino de Dios que Cristo proclamó como un triunfo del bien sobre el mal, del orden querido por Dios sobre el desorden traído por el pecado
   El Catecismo de la Iglesia Católica nos ofrece esta reflexión sobre el mal: "Si Dios Padre Todopoderoso, Creador del mundo ordenado y bueno, tiene cuidado de todas sus criaturas, ¿por qué existe el mal? A esta pregunta tan apremiante como inevitable, tan dolorosa como misteriosa, no se puede dar una respuesta simple.... El conjunto de la fe cristiana constituye la respuesta a esa pregunta...
   No hay un rasgo del mensaje cristiano que no sea en parte respuesta a la cuestión del mal.
   Hemos de recordar lo que dice San Agustín: "El Dios todopoderoso, por ser soberanamente bueno, no permitiría jamás que en sus obras existiera algún mal, si El no fuera suficiente bueno y poderosos para hacer surgir por su medio un bien para los hombres". (Nº. 310)